POR UNA ESCUELA LENTA

Por una escuela lenta vamos descalzos y de puntillas, porque el universo de la infancia es frágil y gatea sorteando cuerpos adultos que eclipsan con su prisa toda su singularidad.

Por una escuela lenta vamos agachados y recogiéndolo todo, poniendo orden al caos sin apenas levantar la voz, que se queda en el silencio de los ojos y de las manos que a veces hablan mejor y más rotundamente que la garganta.

Por una escuela lenta esperamos a quien no llega, y dejamos que lo urgente sea el abrazo, la acogida amable, el consuelo de la despedida y el estado de bienestar.
Por una escuela lenta el proyecto es cada quien, cada trayecto que habita los muros y por ello cada persona es distinta, en los procesos y en los productos. Nadie llega al mismo lugar del mismo modo, ni recorre los mismos caminos, aunque a veces nos encontremos en esa diversidad amorosa de sabernos juntos gracias a nuestras diferencias y no a pesar de ellas. 

Por una escuela lenta el valor está en lo aparentemente nimeo, en lo minúsculo, en los matices, que nunca pasan desapercibidos, porque ellos definen las características de las personas que crecen a varios ritmos, sin pretender que nadie se ajuste a lo que no es capaz de sostener por sí mismo. 

Por una escuela lenta aquí nadie come obligado, ni duerme obligado, ni deja de llorar por miedo o por resignación. Esperamos pues, que cada quien tenga apetito, por nutrirse, por jugar y descansar, y también por dejar de llorar, como las necesidades vitales que son y que requieren para su desarrollo.

Por una escuela lenta un cambio de pañal es un homenaje al cuerpo y al respeto por su cuidado, como acto de amor y de presencia, porque durante la higiene se evidencian acciones realmente satisfactorias entre la conexión del infante que se entrega en confianza y el adulto que acompaña este ritual. Por eso siempre se reserva la voz hablada o cantada para estos instantes, en un circuito cómplice con lo doméstico, tan importante en la construcción de la autonomía, así como de la identidad y del sentimiento de autoestima. 

Por una escuela lenta las salas son un festín en las que el juego está presente con riqueza de propuestas, diversidad de materiales y observación de lo que en esta lentitud sucede. No todos hacen lo mismo al mismo tiempo: persistencia, atención plena, conflictos, frustración, disfrute, simbolismo, diálogo, vínculos...muchas aristas en las que cada uno hace diferente, siente diferente, conoce diferente y aprende diferente. 

Por una escuela lenta nos bajamos del vértigo que ampara la velocidad y nos abrigamos a los ojos del niño, que siempre, siempre (si somos honestos) nos recuerdan que despacio es mejor, porque la prisa nunca se ha llevado bien con la memoria. 

Si queremos que recuerden bonito, que jueguen entonces primero con la lentitud del aprendizaje y sobre todo: ¡que jueguen! 

Porque a jugar lento nadie se olvida y esa lentitud, es para toda la vida. 

Silvia Soria Ferrer







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