Quizás durante este tiempo de acogida no sea prioridad el "hacer" sobre el estar.
Quizás este tiempo consista más en observar, tanto y tan profundamente, que podamos obtener información tan relevante como :

¿Quién es quien?

Los roles que se establecen en el grupo.

La diversidad del desarrollo evolutivo de nuestros infantes.

El estilo de juego que predomina en el entorno. Qué necesitan para jugar, qué clase de espacio, qué tipo de elementos.

La adecuación de los materiales dispuestos a la mano de los niños y los que sólo están dispuestos a su vista.

La pertinencia en las dinámicas propuestas: entradas, salidas, tiempo de estancia de las familias acompañantes.
El tiempo de estancia en cada uno de los ambientes y el desarrollo del juego.

La disponibilidad establecida en los diferentes modos de comunicarnos entre adultos y niños.

El uso o abuso de la palabra y el silencio.

El grado de intervención de los adultos acompañantes y la eficacia en la resolución de conflictos.

Los tiempos acordados en acompañamiento de la familia y en solitario, aunque no en soledad, que no es lo mismo.

Las respuestas en el diálogo tónico corporal de adultos y niños durante los cuidados diarios. Qué cuentan las manos, los hombros, los brazos, los ojos, la espalda, los gestos de la cara...

El grado de autonomía de los niños y las niñas en las tareas cotidianas.

El ajuste de los niños y las niñas a las invitaciones sencillas (que no simplistas ni poco complejas) que suponen movimiento, y a los cambios en el ritmo natural del día.
Parace, a priori, que no estamos haciendo nada, porque el sosiego ya se ha instalado para quedarse un tiempo, mientras sentadas, observamos y tomamos apuntes mentales y escritos de todas estas, y otras muchas cuestiones importantes.
Para hacer un acompañamiento de calidad, primero hay que conocer a quiénes estamos acompañando.
Porque en la observación reside el auténtico respeto por compartir el SER, sin planificar un HACER, vacío de contenido.
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